Parece que sólo tengo este blog para contar viajes, escapadas y demás cosas que intento que se muevan en mi vida. Pero esta vez, aunque me gustaría darle un tono positivo, será imposible escribir esto sin que acabe teniendo un transfondo melancólico.
Octubre iba a ser especial. Acababa septiembre con el TEDx, y empezaban estos 31 días con el Zentyal Summit y toneladas de esfuerzo. Mientras tanto una mudanza aparecía sin prisas pero sin pausas. El 6 de ocubre lo tengo marcado en mi calendario, recordaba una de esas cosas que te hacen sonreir y a la vez te entristecen un poco. Pero este año ha tocado sufrir un día de nervios extraños, mente fría… pero pies nerviosos. Esa inquietud ha terminado hoy. Estaba comiendo, he recibido una llamada, y viendo quién era ya sabía qué es lo que me esperaba al responder.
Hace un par de años, cuando yo decía uno de esos “gracias vacíos” me pararon y me dijeron un “Gracias, ¿por qué?”. Desde entonces intento evitar gracias vacíos. Ayer le dije adiós a la persona que puso en mí la semilla de la astronomía, y hoy, aunque ya nunca lo podrá leer, le doy las gracias.
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Gracias por enseñarme cosas que tengo que evitar, aunque fuera porque tu las hacías.
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Gracias por darme un espacio en el que siempre tenía licencia para equivocarme.
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Gracias por esas noches, por ese libro. La astronomía seguramente fijó el rumbo de parte de lo que soy ahora, fue ese primer paso que hizo que hoy en día me emocione mientras explico el efecto suelo o los saltos cuánticos.
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Gracias por esas miradas de admiración y realización cuando, orgullosos ambos, el alumno superaba al maestro.
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Gracias por horas de conversación siempre cómplice, aunque a veces enfrentada. Ya fuera en el intermedio de la F1, durante un western, o a las dos de la mañana cuando todo el pueblo dormía mientras y yo preparaba un quemadillo disfrutando de las llamas azules.
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Gracias por tratarme como ese “ojito derecho”.
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Gracias por horas y horas de viaje en rutas medievales, románicas o góticas (siempre eran más de lo segundo, claro).
Desde luego ha habido errores. Muchos errores. No eras perfecto, no caeré en los tópicos de estas despedidas. Pero pese a ello, estuvieras en lo cierto o no, siempre he sabido que nunca ha habido maldad intencionada. Y es que todo el mundo, el personal de los hospitales, amigos, conocidos… todo el mundo siempre dejaban ese mismo poso de bondad y honestidad cuando se referían a ti. Eso no tiene porqué ser bueno, pero no es malo, y es significativo. Te valoraran o no, esa certeza de bondad siempre estaba ahí. Ese es tu sello.
Desde la escalera había un “cuenta” en las despedidas, nunca un “adiós”. Lo siento mucho, pero hoy toca decir “adiós”. No creo en reencarnaciones, otras vidas, ni milongas semejantes. Tú tampoco. Pero hoy, y sólo hoy, déjame levantar la vista hacia la Galaxia Andrómeda y saber que, con un poco de suerte, mirando hacia lo más alejado que soy capaz de ver, podré encontrar tu rastro.
Hasta siempre.