Una de los mejores aspectos de no tener un plan marcado claramente es poderse adecuar para esas cosas que surgen en el día a día. Ayer, por ejemplo, después de la despedida del campamento base que escribía en el tren, llegaba a Newcastle. El hostal estaba muy cerquita de la estación, y según hacía el check-in me preguntaron si iba a ver el partido. “¿Qué partido?” Pues la selección jugaba un partido de las olimpiadas contra Honduras, y ahí al lado estaba un amigo hondureño que quería ir a ver si tenían billetes.
Fuimos a St. James (el Estadio de la Luz, creo), que es donde juega el Newcastle, y sí que había entradas. Y tanto que las había, pudimos ir a ver el partido y disfrutar del ambiente, y de la derrota de España, pero eso es otro cantar (menuda injusticia…). Así que de un plan tranquilo, todo se transformó en una realidad un tanto caótica.
Algo parecido me ha pasado hoy. Ya andaba cansado así que la idea inicial era ir a un pueblecito al sur de Newcastle llamado Durham. Parece ser que tanto la catedral como el castillo son únicos en el estilo normando, y la verdad es que son impresionantes (sobre todo la catedral). El pueblecito también es pequeño, acogedor, no demasiado masificado, la verdad es que también es digno de visitar. Para mi gusto todavía anda por detrás de lo que he visto hasta ahora, pero es el que el nivel era muy alto.
Una vez de vuelta a Newcastle he recordado unas indicaciones que me había dado la chica de recepción para ir a la zona de la costa. Pues nada, metro y una buena pateada preciosa y muy agradable. Y nada de quedarse por el paseo marítimo, hoy había que disfrutar un poquito de esa sensación de libertad y pasar frío :-)
La verdad es que conversaciones con varias personas (incluida yo mismo) van haciendo que cambie mi modo de afrontar este viaje. Disfrutar y aprovechar los pequeños detalles que se presentan en el día a día. Y porqué no, puede que todo esa apertura haya hecho que estas últimas 24 horas hayan sido diferentes a lo que había hecho antes de Manchester.
