El plan para hoy es acercarnos unos cuantos del hostal al Carnaval de Nothing Hill, por lo visto va a ser espectacular, pero mientras cada uno se va levantando me he venido a dar una vuelta por la London Tower, y la orilla del Thames. Se me ha puesto a llover un poco, así que momento de sentarme a escribir, porque llevo unos días con unas reflexiones en la cabeza.
Londres es una ciudad muy peculiar. Una de las cosas que más me Ha sorprendido es la cantidad de aviones que ves sobre volar la ciudad en 10 minutos. Como está rodeada por esos grandes aeropuertos, el susurro de un avión que llega o que se va es constante. Da igual que estés en el norte, en el oeste o en el centro; levantas la vista y en un par de minutos ves un avión. ¿Por qué tantos? Todos esos aviones están llenos de pequeñas personas que han estado o que vienen a la ciudad; ese tránsito sólo puede significar dos cosas: dinero y multiculturalidad. Pero, ¿por qué? Cada día que paso por aquí me voy dando cuenta de las bondades que tiene Londres (y también problemas).
Creo que la primera bondad es la enormidad de la ciudad, pero creo que es enorme pero muy controlado. Es decir, tienes muchas regiones y alternativas a hacer, pero no tienes la sensación de estar en un sitio muy masivo (excepto en los puntos megaturísticos, y peor en finde). Levantas la vista y todo son turistas, pero hay tantas opciones que se pueden repartir por varias zonas alejadas una de otras por varios kilómetros. En cambio cuando te alejas de las zonas turísticas se respira calma, calma en barrios residenciales de dinero, calma en los alrededores obreros e incluso en los barrios residenciales de inmigrantes. Eso, me encanta, puede que sea verano y todo sea vea un poco trastocado, pero me llevo esa sensación en la mochila. Enorme y pequeña al mismo tiempo, como con pequeñas burbujas y tu eliges dentro de cuál te quieres meter.
Otra aspecto que no me esperaba notar en la ciudad es la “aceptación de lo diferente”. Gente corriendo, gente con bici, gente con pintas extravagantes, gente tatuada, gente agujereada, gente con cresta, turistas españoles, … Por mucho que destaque la gente de aquí no se queja, parecen que admiten ese derecho a compartir la ciudad y respetan al otro. A mí me siguen sorprendiendo algunas cosas, está claro que nuestra burbuja española es especial, pero esa resistencia al cambio no me gusta. Ese miedo a lo diferente creo que es un lastre, por lo menos, social. Es España me avergüenzo cuando, por ejemplo, escucho comentarios negativos sobre una pareja de gays, aquí me avergüenzo de no llegar a la altura de la gente de aquí en ese aspecto.
Otra cosa que me encanta de por aquí es esa búsqueda de identidad de cualquier sitio. La oferta de servicios es tan amplia que tienes que aprenderé a diferenciarte. No te puedes quedar en ser una simple tienda de música, tienes que ofrecer algo más: personal experto, conciertos, cafetería, secciones dedicadas. Pasa lo mismo con todo, incluso con las personas, me gusta que cada persona lleve su propia firma. Suele ser en su forma de vestir o apariencia, y es divertido ver cómo cada persona intenta llevar ese toque diferenciador, como cada persona intenta ser única dentro de esta mega-ciudad.
Aquí hay mucho dinero y mucha tolerancia, pero tampoco es la panacea. Sigo viendo brecha social, veo demasiado sometimiento (también veo un esfuerzo por proteger a “la gente que no hace nada mal”), veo que conducen por la izquierda, veo que hay mucho alcohol, veo muchas cosas, y no todas buenas.