Escribir algo tan “a vueltas” no mola mucho. Como que tienes demasiado tiempo para pensar y tienes demasiada perspectiva. La idea original era ir tranquilamente a algún lado con la mochila, pero todo se puede torcer si por la noche se queda con los compañeros de la room en ir a visitar algunos museos. Estaba claro que no podía confiar en que fuera una mañana memorable… me conozco un poquito, y los museos, yo y una tercera persona no suelen ser una buena combinación. Pero creo que tampoco fue tan mal la cosa, al final la mañana fue bastante redonda.
Visita muy recomendable al museo de L’Orangerie, donde hay algunos cuadros impresionistas y, sobre todo, unas pinturas de gran formato (panorámico casi) de Monet de sus nenúfares y compañía. La propia sala diseñada por él mismo con el único fin de relajar a los parisinos de los tiempos guerreros de principios de siglo (XX). Una verdadera maravilla si te gusta la pintura impresionista. Después de ver tanto Monet por París queda muy claro que con los años su evolución fue muy clara, decidió disfrutar de los colores, de lo que evocan las pinturas y no tanto en la técnica, me gusta pensar que él dejó de pensar para simplemente pintar. Esa sensación me dan sus pinturas más tardías.
Después dirigimos nuestros pasos (metros) hacia el Centro Pompidu. No lo tenía pensado, pero había una buena exposición de Dalí en la última planta (muy recomendable aunque sólo sea por las vistas… y me han hablado maravillas de esos atardeceres). Tan buena era que estuve más rato del esperado, apurando al máximo el tiempo antes de ir a coger el autobús que me llevaría al aeropuerto. Tanto apuré… que llegué tarde. En parte pensaba que habría autobuses cada cierto tiempo (error), así que no tenía ningún autobús que me pudiera llevar al aeropuerto para coger mi avión. Son algunas de las maravillas de Ryanair y su aeropuerto de Beauvie (o como se escriba) y sus 85 kilómetros a las afueras de París.
Y ya no es malo que esté lejos, es que si tienes que coger un taxi te iban a sablar una pasta, para ser más concretos, 150€. Ni de coña. De nuevo, un poco momento Stonehenge, valorar muchas posibilidades. En ningún momento desprecié volverme al hotel y avisar al curro e invertir un par de días más de mis vacaciones en París hasta el siguiente vuelo (seguro que mal no me lo iba a pasar, eso seguro). Pero casualidades del destino, si yo había llegado tarde (20 minutos) a la salida de mi autobús, detrás de mí llegaron dos turcos que llegaban como casi dos horas tarde. Básicamente la única opción que tenían era coger un taxi y volando llegar al aeropuerto y saltarse las colas. Hablo con ellos y vamos a preguntar al taxi.
El taxista lo debía tener muy claro. “50€ per person”. Cojonudo, por 64€ no me parece tan caro el billete de vuelta (y ahorrándome el autobús). Pero aquí viene cuando el taxista dice que París está medio colapsado. Que hay huelga de taxis, que se la está jugando, y que hay varios accidentes que hacen que la autopista hacia el aeropuerto esté colapsada. Pero que se conocía una ruta alternativa, aunque les advierte a los turcos que lo suyo es muy difícil, que van muy tarde. Y ahí, con sus dudas, es cuando usé el anillo de Gandalf y puse un poco de esperanza en sus corazones. Realmente creía que lo podíamos conseguir, realmente me apetecía coger mi avión.
Unas buenas palabras, y todos en el taxi en dirección al aeropuerto. El taxista tapando el letrero del taxi, y sin taxímetro (el tío de la estación de autobuses me había avisado ya que serían unos 150€… pues vale). Al final la autopista colapsadísima, pero la ruta alternativa taponada. No tengo muy claro cuanto tiempo estuvimos en el taxi, pero debió ser cosa de dos uñas y media. Llegamos al aeropuerto a las 19:00 (creo que desde las 16:30 aprox). Y mi vuelo salía a las 19:10… corremos turcos y maños hacia el mostrador. Me dicen que Zaragoza (ni Saragosse ni nada, Zaragozá, demasiadas prisas) es en la terminal 2. Corro, pregunto. Corro, adelanto policías (“Bonsoir”, me miran extrañados, normal…). Mochilón en la espalda y ahí dándolo todo.
Llego al mostrador, me dicen que no lo hacen normalmente, pero que rápido, que ponga la mochila en una bolsa. Me ponen la pegatina y me dicen que vaya corriendo a la puerta de embarque. Se me cae el DNI, se mueren del susto dos azafatas, llego al control. Mi vuelo se va, mi mochila en él, y a mí no me van a esperar. Paso el control… mi mochila no pasa por los rayos X, me asomo nervioso para controlar mi cartera y el iPhone. Sospechoso. Me pasan el detector de metales (nanai), me cachean (I don’t have anything weird), me vuelven a cachear (Sorry, I was hurry) (Allez). Cojo mis cosas, voy a la puerta de embarque, soy el último. Pregunto cuál es el avión, el de enfrente (buena señal). Salgo corriendo, adelanto en la pista a unas chicas. Subo triunfal al avión… me mira todo el mundo. La estampa tenía que ser buena. Me siento, comento la jugada y empieza un vuelo muy ameno hablando con el futurible ingeniero Pierre. Ahora viene el final de la película.
Mi mochila llegó al avión. La pregunta es cómo lo hizo más rápido que yo, porque entré, entraron las chicas, cerraron y arrancamos. En el avión (al 50%), según comento la jugada me doy cuenta de que soy el afortunado de la historia. La gente de mi alrededor iba a coger un vuelo a Madrid, y por el colapso de las autopistas, en el bus llegaron tarde. Así que pagaron la diferencia y a volar a Zaragoza. Todo cobra sentido, los dos autobuses que adelantó el taxi debían ser los que yo tenía que haber cogido……. obviamente no han llegado y no están en el avión (o eso parece lo lógico). Así que por lo visto, la balanza se movió mucho ayer. Primero fue muy bien con los museos y la exposición de Dalí. El exceso hizo que perdiera el bus. Tanto ahorrar me dio en las narices con un taxi carísimo. Pero el echarle narices hizo que ahora ya esté en casita según lo previsto. Pero los pobres turcos… está claro que perdieron su avión, y sus vacaciones, porque me comentaron que tenían todo muy enlazado. Culpables ellos por llegar tarde… y yo un poco malo por meter presión, pero honestamente pensaba que podíamos hacerlo (en ningún momento pensaba que yo pudiera perder mi vuelo, ni por asomo).
Así que para terminar el viaje, una pequeña odisea. Nervios y algún remordimiento (vaya silencios en el taxi). Dar las gracias al taxista porque realmente creo que fue muy honesto… o mucho más de lo que se podría haber esperado en esa situación. Y por volar, porque en la autopista realmente voló un ratillo. Así que esta anécdota ha eclipsado mucho mis recuerdos de París… pero tengo muy claro que este viaje ha sido muy grande en muchos sentidos. Y creo que en los posts anteriores ha quedado demostrado.