Un fin de semana especial. Poco a poco eso de ir a Grandes Premios de Fórmula 1 empieza a ser una constante que repito año a año. El año pasado ganó un Williams, este año ha ganado Alonso… qué más puedo pedir (pues sí, que hubiera ganado otra vez un Williams, ja!)
Mucha gente se sorprende cuando comento todas las horas que me paso en el cirtcuito. La verdad es que, aunque suene raro, es un fin de semana duro, pero muuuuuy agradecido, me encanta. Madrugar, preparar los bocatas, desayunar, almorzar, comer y volverte a dormir la siesta para después irte por ahí a cenar. Todo ello adecentado con carreras de los Porches, GP3, GP2 y F1. Muy duro, vamos.
Pero son muchas horas, eso desde luego. Ver una carrera de una hora es un rollo. No lo cambiaba por casi nada, pero es un rollo. ¿Cuántos momentos emocionantes hay en una carrera? Pues depende de lo que uno entienda por “momento emocionante”. El espíritu Nascar debe estar bien, eso de esperar a ver la leche más gorda, y he de admitir que impresiona cuando hay una leche gorda delante tuyo (en la Nascar lo tienen más fácil, pero en un circuito de F1 lo más probable es que no lo veas en directo). Total, que un rollo.
Un rollo que se mezcla con adelantamientos, disfrutar con el ambiente de gente a la que, en mayor o menor medida, comparte tu afición. Se mezcla con el sonido de los motores, de la emoción de la gente, con el olor del carbono de los discos de freno. Yo lo aviso, ir a ver una carrera de estas es un rollo, pero es un rollo increible que no se olvida. El rugido de una salida de F1, los locos de la GP2, los trompos de los Porches, y el ambiente cuando varias decenas de miles de personas vibran a la vez cuando gana Alonso (o yo solito cuando ganó Maldonado).
En serio, es un rollo porque al final es ver la tele en una pantalla gigante al sol. Con auriculares puestos cuando está la F1 en pista para que no te duelan los oídos. Pero ir a Monza, a unos pocos metros de la pista y escuchar el gorgoteo del motor al reducir y cómo se estira y te destroza los tímpanos para volver a subir… eso tampoco está mal.
Que sí, que sí, que es un rollo. Un rollo que siempre he compartido con gente genial. Ya sea en una grada comiendo bocatas de jamón casero, o en una “gradini” comiendo higos ¿chumbos? en el césped a la sombra. Y es que al final, cuando el sonido de los motores se apaga, cuando no huele a sangre mecánica, sólo quedan las personas… y eso, eso nunca es un rollo.
Y es que además de todo eso… este fin de semana fue, si cabe más especial. ¿Por qué? Porque Calor se escribe con ‘C’.