Después de un buen tiempo con el culo quieto el cuerpo se empieza a quejar. Bueno, mejor que el cuerpo, es la cabeza la que empieza a poner pequeñas bombas que estallan de improvisto. Al final todo se reduce, creo, a que inconscientemente echo en falta esa sensación de libertad, de aventura, de lo desconocido, a la que te enfrentas cuando viajas (la distancia da igual, más o menos, sí importa el no conocer el sitio).
Pese a que no me desagrada, en absoluto, quedarme en Zaragoza en Semana Santa (sí, me gusta ver las procesiones y escuchar los ritmos del bombo-tambor, me sobra todo lo demás, y la luz artificial en esas noches), salió la posibilidad de coger el coche y cruzar los Pirineos. Ça alors! Una pequeñita aventura. Un madrugón que dejaba paso a cuatro días con acento gabachil. La hoja de ruta iba marcada de antemano, descanso y visita en Pau, salida a alguna ciudad cercana, en este caso fue Lourdes y por último alguna caminata fácil por la zona (tampoco es cuestión de perderme y tener que matar osos con mis propias manos).
Pau es una ciudad pequeñita. Con dos atracciones principales, un mega-kebab al curry fantástico y lo que llaman “El balcón de los Pirineos”. Que no deja de ser una avenida en la parte alta de la ciudad (el centro turístico) delante de la que se abren unas vistas espectaculares de los Pirineos. La verdad es que la vista de los Pirineos desde la parte francesa es más agradable. Pau tiene más cosas, como ir con el coche por partes del circuito urbano que estaban montando, el castillo, las callecitas muy bien puestas y un parque bastante grande con un ambiente hippie muy molón. Por lo demás, entre que encuentras el hotel y no, ya te la has visto ;-)
Al día siguiente tocaba ver una ciudad cercana. ¿Qué mejor que ir a visitar el santuario de Lourdes en Viernes Santo? La verdad es que todo el tema religioso me daba bastante igual. Pero tenía bastante curiosidad por saber qué pasaría ahí. Me quedo con muchas cosas. Un excesivo fervor religioso; me resultaba curioso ver cómo la gente confía sus dolores y sus males a un caño de agua. Lo bonito del paraje; el santuario más bonito de lo que me esperaba, bonitas vistas por un vía crucis que sigue un camino que sube a un monte cercano, el río, bastante sitio con césped para leer y descansar. Pero sobre todo me impresionó el merchandising religioso; dejaré de lado la basílica subterránea en la que celebran misas cual partido de baloncesto, pero aunque todo era gratis, ahí el dinero corría a raudales. Velas, garrafas, imágenes de la virgen, moneditas, donativos en roca donde se apareció, en la iglesia, en la entrada, … Sin duda toda una experiencia.
La última parada de la escapada tenía que ser tranquila. Buscando un poco por internet descubrí un tramo del Chemin Henri IV. Unos pocos kilómetros que empezaban en un castillo (con sus ardillas y todo) y continuaba hasta una pasarela por encima de la carretera. Un bosquecillo (después de la pasarela bastante más salvaje), silencio, verde… Y la carretera demasiado cerca… No se puede tener todo.
Después de todo un viaje divertido, diferente y tranquilo. Al final aunque llegues cansado, el cerebro ya viene con otro tono. ¡Genial!