Planes curiosos que surgen así, sin planteárselo mucho. ¿Por qué no nos vamos a un camping a la playa aprovechando que tengo que ir a un sitio más o menos cercano? Pues eso propone el Sr. J y allá que nos lanzamos unos cuantos. La idea es fácil. Cada uno compraba unas cosas, otros organizaban el camping, también teníamos chófer, … Buen rollo, playa, buen tiempo, piscina y una GoPro para jugar con ella. ¿Qué podría ir mal? Pues en efecto, creo que casi nada salió mal.
Siete personitas nos plantamos en el camping de L’Ametlla de Mar un sábado por la mañana, y siete volvíamos a Zaragoza con ganas de más el domingo por la tarde. Low cost? Bastante. Diversión? A raudales. Siempre me han gustado ese tipo de planes tranquilos, compartiéndolo todo, donde todo el mundo tiene cabida, y donde todo el mundo arrima el hombro. Si tienes ganas de bromear, puedes. Si te apetece desfondarte “jugando a las palas”, adelante. Si quieres autistarte un poco con música, nadie te dice nada. Si quieres cotillear un poco, porqué no.
Estos pequeños viajes muchas veces son perfectos para descubrir nuevas facetas de tus amigos. Cuando todo fluye con naturalidad, se crea el espacio adecuado para que cada uno actúe como realmente es (más o menos). Supongo que para que esto suceda se necesita el lugar adecuado y la gente correcta. Pero desde luego, cuando te das cuenta de dónde estás, sólo te queda disfrutar y ayudar a que se mantenga.
Poco más me queda que dar las gracias a todos los acompañantes por un fin de semana genial. A los de toda la vida. A los más nuevos. A los más cercanos. Y a los nuevos.