Al final va a ser tradición acudir a Montmeló. Ruido, motores, gente, olor a goma quemada, a gasolina. Emoción, gritos, pasión, calooooooooor. No porque haya sido una experiencia repetida va a dejar de ser una gran experiencia que disfruto desde antes de que empiece hasta que me duermo en el viaje de vuelta.
Me gusta andar por tierras catalanas, me gusta escuchar el catalán, me gusta sentir ese clíma húmedo y a veces pegajoso; incluso el olor a industria y a tráfico. Me trae buenos recuerdos, al fin y a la postre he pasado magníficos momentos con gente magnífica por esos lares.
Y por cierto, que este año, de forma un poco improvisada me pude tomar una copita con un par de personas de esa “gente magnífica”. Siempre me da un poco de pereza, y sobre todo “me da cosa” interrumpir planes porque el maño llega a la ciudad e intento pasar de puntillas. Pero al final va a ser un error, porque uno se siente acogido cuando llegas de improvisto y te reciben con un gran abrazo, te abren su casa… ¡e incluso te dan un buen trozo de bizcocho!
Respecto al motor… bueno, ver a Alonso en el coche que admiraba de pequeño porque un tal Senna ganaba en él, es un sentimiento diferente. Como diferente y casi cómico es el ruido del motor de la cafetera que todavía lleva. Era divertido saber cuándo había un Honda llegando sólo por el sonido… que mira que al final acabas diferenciando varios motores por cómo suenan, pero ¿incluso cuando vienen varios juntos?
A ver si un día en McLaren dejan de hacer el tonto y se pintan de rojo y blanco. Con la publicidad que sea, pero rojo y blanco. Sin Malboro, pero con una ‘H’ bien grande. Sin Senna, pero ganando carreras.