Aterrizar de los campamentos y empezar a saborear el verano con un fin de semana con los amigos en un pueblo perdido. La idea era sencilla, no había ninguna, salvo tal vez una pequeña escapada a unas pozas.
La realidad, algo diferente. Comida, bebida y deporte, mucho deporte. La gracia de no llevar nada preparado ha sido improvisar. Y acabar todos con una única agujeta (de la nuca al dedo gordo del pie) ha sido una gran sensación.
Frontón, frontón, basket, fútbol. Eso y las cuestas del pueblo me han puesto los músculos a tono, aunque tal vez demasiado. Mañana veremos qué tal va con el entrenamiento de pádel.